Folia Theologica et Canonica, Supplementum (2016)

Antonio Ma Rouco Varela, “Santa Teresa de Jesús: Doctora de la Iglesia para la Iglesia de hoy”

“SANTA TERESA DE JESÚS: DOCTORA DE LA IGLESIA PARA LA IGLESIA DE HOY” 33 na católica de teorías nuevas que atañen a la exégesis y a la teología, frecuente­mente tomadas de doctrinas filosóficas audaces, cuando no inaptas”, preocupa­ban e inquietaban hondamente al Papa5. Su respuesta magisterial a la frágil situación teológica y pastoral que se estaba fraguando, no bien terminado el Concilio, será “El Credo del Pueblo de Dios”: una renovada confesión de la fe del Sucesor de Pedro que actualizaba para su tiempo aquella primera de Simón Pedro en Cesarea de Filipo (cfr. Mt 16, 15-16). Efectivamente, la memoria viva de santa Teresa de Jesús y de su significado espiritual y doctrinal para interpretar el siglo de “la Reforma” por excelencia, el siglo XVI, con una buena hermenéutica, inspirada en la Eclesiología del Concilio Vaticano II, resultaba extraordinariamente sugestiva para el fin pastoral que guiaba a Pablo VI en aquel primer momento crítico de su aplicación. ¿Sugestiva también para acertar desde el principio con el camino verdadero de una fe y una vida cristiana reno­vada, que acababa de emprender la Iglesia en ese tiempo postconciliar, no menos ilusionado que preocupante? La respuesta no puede ser otra que la afir­mativa. Veamos. 2. En la gran carmelita de Ávila había cristalizado y madurado espiritual e institucionalmente todo el proceso de reforma de la vida consagrada que, desde los siglos del paso del Medievo al Renacimiento, venía gestándose, sobre todo, en Italia y en España, a la luz y al calor doctrinal y pastoral de un objetivo ecle- sial, cada vez más indiscutible: el retorno a “la observancia” de las reglas y constituciones de los santos Fundadores. Ella sería, luego, la gran figura ecle- sial ¡“clave”! que encarna atractiva y convincentemente la reforma decretada por el Concilio de Trento para la vida religiosa en el último período de sus sesiones en diciembre de 1562, contribuyendo en gran medida, espiritual y canónicamente, a su aceptación y éxito pastoral en los siglos venideros, no sólo dentro de su Orden del Carmelo, sino, además, en todo el amplio espectro de las Órdenes tradicionales y de las nuevas formas de vida activa que fueron surgiendo a lo largo de todo el período tridentino de la historia moderna de la Iglesia. En el éxito pastoral de ese proceso resultaron determinantes tanto su forma de comprender y de vivir la experiencia de la consagración radical de toda la vida al Dios que se revela en el Misterio Pascual de Jesucristo, como la hondura “trinitaria” en la que se sumerge psicológica y espiritualmente, in­sertándose sin fricción alguna en el Misterio de comunión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo y sacramento de la salvación6 para el hombre y el mundo. Fórmula profundamente reformadora, cuidada con finura de alma en lo referente a su propia trayectoria de mujer y de consagrada y, sobre todo, inculcada y practi­cada en la vida de sus comunidades de carmelitas descalzas reformadas. Su modelo sería siempre el de su primera fundación el 28 de agosto de 1562: 5 Paulus VI, Adh. Ap. Petrum et Paulum: AAS 59 (1967) 193-200, en especial 199. 6 Cfr. Corte. Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1.

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